PONTIFICIO CONSEJO PARA LA
FAMILIA
JUBILEO DE LAS FAMILIAS
TEMAS DE REFLEXION Y
DIALOGO COMO PREPARACION AL
III ENCUENTRO MUNDIAL DEL SANTO PADRE CON LAS
FAMILIAS
«LOS HIJOS, PRIMAVERA
DE LA FAMILIA Y DE LA SOCIEDAD»
Roma, 14-15 de
octubre del 2000
En la aurora de la
salvación, el nacimiento de un niño es proclamado como gozosa noticia: "Os
anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en
la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2,10-11). El
nacimiento del Salvador produce ciertamente esta "gran alegría"; pero la Navidad
pone también de manifiesto el sentido profundo de todo nacimiento humano, y la
alegría mesiánica constituye así el fundamento y realización de la alegría por
cada niño que nace (cf. Jn 16,21).
Si es cierto que un niño es
la alegría no solo de sus padres, sino también de la Iglesia y de toda la
sociedad, es cierto igualmente que en nuestros días muchos niños, por desgracia,
sufren o son amenazados en varias partes del mundo: padecen hambre y miseria,
mueren a causa de las enfermedades y de la desnutrición, perecen víctimas de la
guerra, son abandonados por sus padres y condenados a vivir sin hogar, privados
de una familia propia, soportan muchas formas de violencia y de abuso por parte
de los adultos.
Presentación
El Pontificio Consejo para
la Familia se complace en presentar algunos temas de reflexión y de diálogo en
preparación al III Encuentro Mundial del Santo Padre con las Familias – Jubileo
de las Familias, que tenderá lugar en Roma, el 14 y 15 de octubre del 2000, en
el contexto del Gran Jubileo.
El III Encuentro Mundial es
continuación del primero, efectuado en Roma durante el Año de la Familia (1994)
y del segundo, que tuvo lugar en Río de Janeiro en el 1997. La celebración del
año 2000 reviste un carácter del todo particular, situándose en pleno Jubileo,
en el momento histórico de la apertura al Tercer Milenio de la Era Cristiana.
El lema inspirador: "Los
hijos, primavera de la familia y de la sociedad" fue escogido en ocasión del
Ángelus del domingo 27 de diciembre de 1998, fiesta de la Sagrada Familia. La
Familia di Nazaret, expresó Su Santidad, "irradia una luz de esperanza también
sobre la realidad de la familia de hoy". En Nazaret "brotó la primavera de la
vida humana del Hijo de Dios, en el instante en que fue concebido por obra del
Espíritu Santo en el seno virginal de María. Entre las paredes acogedoras de la
casa de Nazaret, se desarrolló en un ambiente de alegría la infancia de
Jesús...". Este misterio enseña por tanto "a toda familia a engendrar y educar a
sus hijos, cooperando de modo admirable en la obra del Creador y dando al mundo,
con cada niño, una nueva sonrisa".
Los fichas que siguen, en
número de 12, tienen la intención de desarrollar algunos de los temas más
significativos relacionados con los niños, considerados como hijos, en su
relación con los padres y con la familia, en el ámbito de la sociedad entera.
Las propuestas presentadas, en forma sintética y fácil, reproponen temas
fundamentales de la enseñanza de la Iglesia y han sido extraídas de los
documentos más recientes, especialmente del Concilio Vaticano II y del
Pontificado de Juan Pablo II.
Estos subsidios pueden ser
utilizados como guías por los agentes de pastoral familiar, en un encuentro de
reflexión y de diálogo, a realizarse preferentemente en las asambleas
familiares, adaptando los temas a las diversas culturas y a los contextos
sociales locales. Estas asambleas familiares consisten en reuniones de algunas
familias, padres e hijos, durante las cuales, con la ayuda de un guía se
reflexiona sobre los temas propuestos.
La estructura de cada
reunión es muy sencilla: después de un canto para comenzar y de la oración del
Padre Nuestro, se lee un trozo de las Sagradas Escrituras. Se pasa entonces a la
lectura del tema y seguidamente el sacerdote o el guía pueden hacer una breve
reflexión que introduzca al diálogo de los participantes y a la adopción de un
compromiso. La reunión termina con la recitación del Ave María y la oración
tomada de la Evangelium Vitae y con un canto final.
Los temas de reflexión y
diálogo son adecuados para la preparación del Jubileo de las Familias, sea para
aquellos que llegarán a Roma para el 14 y 15 de octubre del 2000, como para
aquellas familias que celebrarán su Jubileo en las respectivas Diócesis.
ÍNDICE
1. El don de la vida
2. Los hijos: signo y fruto
del amor conyugal
3. La dignidad eminente del
niño
4. Paternidad-maternidad,
participación en la creación
5. Responsabilidad en
transmitir la vida y proteger los niños
6. Los derechos del niño
7. Los niños ante la cultura
de la muerte
8. La gravedad del crimen
del aborto
9. Hijos, huérfanos de
padres vivos
10. El derecho de los niños
a ser amados, acogidos y educados en familia
11. La educación sexual del
niño: verdad y significado
12. El derecho de los hijos
a ser educados en la fe
1. El don de la vida
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"Tú mis riñones has formado,
me has tejido en el vientre de mi madre; yo te doy gracias por tantas
maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras. Mi alma conocías cabalmente,
y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo formado en lo secreto, tejido en
las honduras de la tierra. Mi embrión tus ojos lo veían; en tu libro están
inscritos todos los días que han sido señalados, sin que aún exista uno solo de
ellos" (Sal 139,13-15).
Reflexión
Don para los padres.
¿Es verdad que el nuevo ser
humano es un don para los padres? ¿Un don para la sociedad? Aparentemente nada
parece indicarlo. El nacimiento de un ser humano parece a veces un simple dato
estadístico. Ciertamente, el nacimiento de un hijo significa para los padres
ulteriores esfuerzos, nuevas cargas económicas, otros condicionamientos
prácticos. Estos motivos pueden llevarlos a la tentación de no desear otro hijo.
En algunos ambientes sociales y culturales la tentación resulta más fuerte. El
hijo, ¿no es, pues, un don? ¿Viene sólo para recibir y no para dar? He aquí
algunas cuestiones inquietantes, de las que el hombre actual no se libra
fácilmente. El hijo viene a ocupar un espacio, mientras parece que en el mundo
cada vez haya menos. Pero, ¿es realmente verdad que el hijo no aporta nada a la
familia y a la sociedad? ¿No es quizás una "partícula" de aquel bien común sin
el cual las comunidades humanas se disgregan y corren el riesgo de desaparecer?
¿Cómo negarlo? El niño hace de sí mismo un don a los hermanos, hermanas, padres,
a toda la familia. Su vida se convierte en don para los mismos donantes de la
vida, los cuales no dejarán de sentir la presencia del hijo, su participación en
la vida de ellos, su aportación a su bien común y al de la comunidad familiar.
Verdad, ésta, que es obvia en su simplicidad y profundidad, no obstante la
complejidad, y también la eventual patología, de la estructura psicológica de
ciertas personas.
Duda y perplejidad.
El progreso
científico-técnico, que el hombre contemporáneo acrecienta continuamente en su
dominio sobre la naturaleza, no desarrolla solamente la esperanza de crear una
humanidad nueva y mejor, sino que también promueve una angustia cada vez más
profunda ante el futuro. Algunos se preguntan si es un bien vivir o si sería
mejor no haber nacido; se duda de si es lícito llamar a otros a la vida, los
cuales quizás maldecirán su existencia en un mundo cruel, cuyos terrores no son
ni siquiera previsibles.
Otros piensan que son ellos
los únicos destinatarios de las ventajas de la técnica y excluyen a los demás, a
los cuales imponen medios anticonceptivos o métodos aún peores. Otros todavía,
cautivos como son de la mentalidad consumista y con la única preocupación de un
continuo aumento de bienes materiales, acaban por no comprender, y por
consiguiente rechazar la riqueza espiritual de una nueva vida humana. Ha nacido
así una mentalidad contra la vida (anti-life mentality), un cierto pánico
derivado de los estudios de ecólogos y futurólogos sobre la demografía, que a
veces exageran el peligro que representa el incremento demográfico para la
calidad de la vida.
Sí a la vida.
Pero la Iglesia cree
firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don
espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan
el mundo, la Iglesia está en favor de la vida: y en cada vida humana sabe
descubrir el esplendor de aquel "Sí", de aquel "Amén" que es Cristo mismo (Cfr.
2Cor 1,19; Ap 3,14). Al "no" que invade y aflige al mundo, contrapone este "Sí"
viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y
rebajan la vida. La Iglesia manifiesta su voluntad de promover con todo medio y
defender contra toda insidia la vida humana, en cualquier condición o fase de
desarrollo en que se encuentre. Por esto condena, como ofensa grave a la
dignidad humana y a la justicia, todas aquellas actividades de los gobiernos o
de otras autoridades públicas, que tratan de limitar de cualquier modo la
libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos.
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Cada hijo es para nosotros
un don? ¿Nos dejamos influir por la mentalidad común que lo rechaza,
especialmente si ha sido concebido en un acto de violencia, o si nacerá
minusvalido, etc.?
¿Cual es nuestra actitud con
los padres que tienen dificultades para acoger el don de los hijos? ¿Estamos
dispuestos a ayudarlos?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
2. Los hijos: signo y fruto del amor conyugal
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"La herencia de Yahveh son
los hijos, recompensa el fruto de las entrañas....Dichoso el hombre que ha
llenado de ellas su aljaba; no quedará confuso cuando tenga pleito con sus
enemigos en la puerta" (Sal 127,3.5).
Reflexión
La imagen divina en el
hombre.
Dios, con la creación del
hombre y de la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a la perfección la
obra de sus manos; los llama a una especial participación en su amor y al mismo
tiempo en su poder de Creador y Padre, mediante su cooperación libre y
responsable en la transmisión del don de la vida humana. El cometido fundamental
de la familia es el servicio a la vida, el realizar a lo largo de la historia la
bendición original del Creador, transmitiendo en la generación la imagen divina
de hombre a hombre (Cfr. Gén 5,1-3).
La fecundidad es el fruto y
el signo del amor conyugal, el testimonio vivo de la entrega plena y recíproca
de los esposos: El cultivo auténtico del amor conyugal y toda la estructura de
la vida familiar que de él deriva, sin dejar de lado los demás fines del
matrimonio, tienden a capacitar a los esposos para cooperar con fortaleza de
espíritu con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos
aumenta y enriquece diariamente su propia familia. La fecundidad del amor
conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, aunque sea entendida
en su dimensión específicamente humana: se amplía y se enriquece con todos los
frutos de vida moral, espiritual y sobrenatural que el padre y la madre están
llamados a dar a los hijos y, por medio de ellos, a la Iglesia y al mundo. La
doctrina de la Iglesia sobre la transmisión de la vida se encuentra hoy en una
situación social y cultural que la hace a la vez más difícil de comprender y más
urgente e insustituible para promover el verdadero bien del hombre y de la
mujer.
Lógica del don.
Cuando el hombre y la mujer,
en el matrimonio, se entregan y se reciben recíprocamente en la unidad de "una
sola carne", la lógica de la entrega sincera entra en sus vidas. Sin aquélla, el
matrimonio sería vacío, mientras que la comunión de las personas, edificada
sobre esa lógica, se convierte en comunión de los padres. Cuando transmiten la
vida al hijo, un nuevo "tú" humano se inserta en la órbita del "nosotros" de los
esposos, una persona que ellos llamarán con un nombre nuevo: "nuestro hijo...;
nuestra hija...". "He adquirido un varón con el favor del Señor" (Gén 4,1), dice
Eva, la primera mujer de la historia. Un ser humano, esperado durante nueve
meses y "manifestado" después a los padres, hermanos y hermanas. El proceso de
la concepción y del desarrollo en el seno materno, el parto, el nacimiento,
sirven para crear como un espacio adecuado para que la nueva criatura pueda
manifestarse como "don". Así es, efectivamente, desde el principio. ¿Podría,
quizás, calificarse de manera diversa este ser frágil e indefenso, dependiente
en todo de sus padres y encomendado completamente a ellos? El recién nacido se
entrega a los padres por el hecho mismo de nacer. Su vida es ya un don, el
primer don del Creador a la criatura.
El hijo no es un derecho de
los padres.
El hijo no es un derecho
sino un don. El don más excelente del matrimonio es una persona humana. El hijo
no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el
reconocimiento de un pretendido «derecho al hijo». A este respecto, sólo el hijo
posee verdaderos derechos: el de ser el fruto del acto específico del amor
conyugal de sus padres, y tiene también el derecho a ser respetado como persona
desde el momento de su concepción. Por tanto además de rechazar la fecundación
heteróloga, la Iglesia es contraria desde el punto de vista moral a la
fecundación homóloga in vitro, es decir entre los mismos esposos; ésta es en sí
misma ilícita y contraria a la dignidad de la procreación y de la unión
conyugal.
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Por qué el único lugar
digno para procrear una persona humana es el acto conyugal? ¿Los hijos
enriquecen el bien de los padres?
¿Cuál es la diferencia entre
ser concebido de modo natural y ser "producto" como un objeto? ¿Existe algún
derecho del niño al respecto?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
3. La dignidad eminente del niño
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"Fue enviado por Dios el
ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada
con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era
Maria......El ángel le dijo: 'Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un
hijo, a quien pondrás por nombre Jesús...'. Maria respondió al ángel: '¿Cómo
será esto, puesto que no conozco varón?' El ángel le respondió: 'El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra....'.
Dijo Maria: 'He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra. 'Y el
ángel, dejándola, se fue" (Lc 1,26 y ss).
Reflexión
El misterio del hombre.
El misterio del hombre sólo
se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Cristo, el nuevo Adán, en la
misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el
hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Es, en
efecto, la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma. El
origen del hombre no se debe sólo a las leyes de la biología, sino directamente
a la voluntad creadora de Dios: voluntad que llega hasta la genealogía de los
hijos e hijas de las familias humanas. Dios ha amado al hombre desde el
principio y lo sigue amando en cada concepción y nacimiento humano.
Dios ama al hombre como un
ser semejante a él, como persona. Este hombre, todo hombre, es creado por Dios
por sí mismo. Esto es válido para todos, incluso para quienes nacen con
enfermedades o limitaciones. En la constitución personal de cada uno está
inscrita la voluntad de Dios, que ama al hombre. Los padres, ante un nuevo ser
humano, tienen o deberían tener plena conciencia de que Dios ama a este hombre
por sí mismo. Esta expresión sintética es muy profunda. Desde el momento de la
concepción y, más tarde, del nacimiento, el nuevo ser está destinado a expresar
plenamente su humanidad, a encontrarse plenamente como persona.
Esto afecta absolutamente a
todos, incluso a los enfermos crónicos y los minusválidos. Ser hombre es su
vocación fundamental; ser hombre según el don recibido; según el talento que es
la propia humanidad y, después, según los demás talentos. Sin embargo, en el
designio de Dios la vocación de la persona humana va más allá de los límites del
tiempo. Dios quiere que el hombre participe de su misma vida divina. Por eso
dice Cristo: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn
10,10).
Valor sagrado de la vida.
El hombre está llamado a una
plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya
que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta
vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana
incluso en su fase temporal. En efecto, la vida en el tiempo es condición
básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la
vida humana. Un proceso que, inesperada e inmerecidamente, es iluminado por la
promesa y renovado por el don de la vida divina, que alcanzará su plena
realización en la eternidad (cf. 1Jn 3,1-2).
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Por qué la vida es sagrada
e inviolable? ¿No somos dueños de nosotros mismos? ¿Por qué cada niño es un don
para cada uno de los miembros de la familia y para toda la sociedad?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
4. Paternidad-maternidad, participación en la creación
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"Dijo luego Yahveh Dios: 'No
es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada...'. De la
costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante
el hombre. Entonces éste exclamó: 'Esta vez sí que es hueso de mis huesos y
carne de mi carne; ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada'"
(Gen 2,18.22-23).
Reflexión
A imagen y semejanza.
El matrimonio y el amor
conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación
de los hijos. Ellos son el don excelentísimo del matrimonio y contribuyen en
gran modo al bien de los mismos padres. El mismo Dios, que dijo: "No es bueno
que el hombre esté solo" (Gen 2,18) y "que los creó desde el principio varón y
hembra" (Mt 19,4), queriendo comunicarles una participación especial en su
propia obra creadora, los bendijo diciendo: "creced y multiplicaos" (Gen 1,28).
Así pues, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios creador y son
como sus intérpretes. Tal colaboración no se refiere sólo al aspecto biológico;
sino más bien a que en la paternidad y maternidad humanas Dios mismo está
presente de un modo diverso de como lo está en cualquier otra generación "sobre
la tierra". En efecto, solamente de Dios puede provenir aquella "imagen y
semejanza", propia del ser humano, como sucedió en la creación. La generación
es, por consiguiente, la continuación de la creación.
Colaboradores de Dios.
Se trata pues de una
participación del hombre en la soberanía de Dios que manifiesta también la
responsabilidad específica que le es confiada en relación con la vida
propiamente humana. Es una responsabilidad que alcanza su vértice en el don de
la vida mediante la procreación por parte del hombre y la mujer en el
matrimonio.
Hablando de una
participación especial del hombre y de la mujer en la obra creadora de Dios, el
Concilio Vaticano II destaca cómo la generación de un hijo es un acontecimiento
profundamente humano y altamente religioso, en cuanto implica a los cónyuges que
forman "una sola carne" (Gen 2, 24) y también a Dios mismo que se hace presente.
Precisamente en esta función como colaboradores de Dios que transmiten su imagen
a la nueva criatura, está la grandeza de los esposos dispuestos a cooperar con
el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece su
propia familia cada día más. Así, el hombre y la mujer unidos en matrimonio son
asociados a una obra divina: mediante el acto de la procreación, se acoge el don
de Dios y se abre al futuro una nueva vida. Sin embargo, más allá de la misión
específica de los padres, el deber de acoger y servir la vida incumbe a todos y
ha de manifestarse principalmente con la vida que se encuentra en condiciones de
mayor debilidad. Todo lo que se hace a uno de ellos se hace a Cristo mismo (cf.
Mt 25,31-46).
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Qué quiere decir ser
colaboradores de Dios? ¿Hay una responsabilidad propia de los padres? ¿Cuál es?
Además de los padres ¿quienes más participan de esta responsabilidad?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
5. Responsabilidad en transmitir la vida y proteger los
niños
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"Creó, pues, Dios al ser
humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. Y
bendíjolos Dios, y díjoles Dios: 'Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la
tierra'..." (Gen 1,27-28a).
Reflexión
El deber de transmitir la
vida y educarla constituye la misión propia de los esposos. Dios, el Señor de la
vida, ha confiado a los hombres esta insigne misión de proteger la vida y
salvaguardarla con extremo cuidado. La índole sexual del hombre y su facultad
generativa superan admirablemente los otros ordenes de la naturaleza. Tal misión
de transmitir la vida y educar a los hijos no se limita a este mundo sino que
mira al destino eterno de los hombres.
Ser padre y madre.
La paternidad y maternidad
responsables expresan un compromiso concreto que en el mundo actual presenta
nuevas características. En particular, la paternidad y maternidad se refieren
directamente al momento en que el hombre y la mujer, uniéndose "en una sola
carne", pueden convertirse en padres. Este momento tiene un valor muy
significativo, tanto por su relación interpersonal como por su servicio a la
vida. Ambos pueden convertirse en procreadores 'padre y madre' comunicando la
vida a un nuevo ser humano. Las dos dimensiones de la unión conyugal, la unitiva
y la procreativa, no pueden separarse artificialmente sin alterar la verdad
íntima del mismo acto conyugal.
El Concilio Vaticano II,
particularmente atento al problema del hombre y de su vocación, afirma que la
unión conyugal significada en la expresión bíblica "una sola carne" sólo puede
ser comprendida y explicada plenamente recurriendo a los valores de la persona y
de la entrega. Cada hombre y cada mujer se realizan en plenitud mediante la
entrega sincera de sí mismo; y, para los esposos, el momento de la unión
conyugal constituye una experiencia particularísima de ello. Es entonces cuando
el hombre y la mujer, en la "verdad" de su masculinidad y femineidad, se
convierten en entrega recíproca. Toda la vida del matrimonio es entrega, pero
esto se hace singularmente evidente cuando los esposos, ofreciéndose
recíprocamente en el amor, realizan aquel encuentro que hace de los dos "una
sola carne" (Gen 2,24).
Momento de especial
responsabilidad.
Ellos viven entonces un
momento de especial responsabilidad, incluso por la potencialidad procreativa
vinculada con el acto conyugal. En aquel momento, los esposos pueden convertirse
en padre y madre, iniciando el proceso de una nueva existencia humana que
después se desarrollará en el seno de la mujer. Es ella la primera que se da
cuenta de que es madre y el hombre toma conciencia, mediante el testimonio de
ella, de ser padre. El hombre debe reconocer y aceptar el resultado de una
decisión que también ha sido suya. ¿Cómo podría el hombre no hacerse cargo de
ello? Es necesario que ambos, el hombre y la mujer, asuman juntos, ante sí
mismos y ante los demás, la responsabilidad de la nueva vida suscitada por
ellos.
Sexualidad responsable.
Ser cooperadores de Dios en
transmitir la vida comporta responsabilidad en el ejercicio de la sexualidad.
Por razones justificadas, los esposos pueden querer espaciar los nacimientos de
sus hijos.
En este caso, deben
cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa
generosidad de una paternidad responsable. El carácter moral de la conducta,
cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la transmisión responsable de
la vida, no depende sólo de la sincera intención y la apreciación de los
motivos, sino que debe determinarse a partir de criterios objetivos, tomados de
la naturaleza de la persona y de sus actos; criterios que conserven íntegro el
sentido de la donación mutua y de la procreación humana. La continencia
periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la auto
observación y el recurso a los períodos infecundos son conformes a los criterios
objetivos de la moralidad . En este contexto la pareja experimenta que la
comunión conyugal es enriquecida por aquellos valores de ternura y afectividad,
que constituyen el alma profunda de la sexualidad humana, incluso en su
dimensión física.
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Por qué el recíproco don de
los cónyuges está orientado y abierto hacia la vida? La Encíclica Humanae Vitae
ha defendido la pareja de la intervención de los poderes públicos. ¿Por qué?
¿Cuales son los valores que
inspiran los métodos de regulación natural de la fertilidad? ¿Cómo transmitirlos
a los jóvenes, a los novios, a los esposos?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
6. Los derechos del niño
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"Se les presentó el Ángel
del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor.
El ángel les dijo: 'No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será
para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que
es el Cristo Señor'" (Lc 2,9-11).
Reflexión
Debilidad y grandeza de la
vida del niño.
La vida humana, antes y
después del nacimiento, se encuentra en una situación muy precaria. La
existencia de cada individuo, desde su origen, está en el designio divino:
"Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que
nacieses, te tenía consagrado" (Jr 1,5): la existencia de cada individuo, desde
sus orígenes, está en el plan de Dios. ¿Cómo se puede pensar que uno solo de los
momentos del maravilloso proceso de formación de la vida pueda ser sustraído de
la sabia y amorosa acción del Creador y dejado a merced del arbitrio del hombre?
La revelación del Nuevo
Testamento confirma del valor de la vida desde sus comienzos. El valor de la
persona desde su concepción es celebrado vivamente en el encuentro entre la
Virgen María e Isabel, y entre los dos niños que llevan en su seno. Son
precisamente ellos, los niños, quienes revelan la llegada de la era mesiánica:
en su encuentro comienza a actuar la fuerza redentora de la presencia del Hijo
de Dios entre los hombres. "Bien pronto —escribe san Ambrosio— se manifiestan
los beneficios de la llegada de María y de la presencia del Señor... Isabel fue
la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia,
porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en
cambio, se alegró a causa del misterio".
Derechos que lo protegen.
Todo hombre abierto
sinceramente a la verdad y al bien puede llegar a descubrir en la ley natural
escrita en su corazón (cf. Rm 2,14-15) el valor sagrado de la vida humana desde
su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver
respetado totalmente este bien primario suyo.
En el reconocimiento de este
derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política.
Hoy una gran multitud de
seres humanos débiles e indefensos, como son, concretamente, los niños aún o
nacidos, está siendo atropellada en su derecho fundamental a la vida. La vida
del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de
su soplo vital. Por tanto, Dios es el único señor de esta vida: el hombre no
puede disponer de ella. De la sacralidad de la vida deriva su carácter
inviolable, inscrito desde el principio en el corazón del hombre, en su
conciencia.
La vida del hombre es el
mayor bien humano que todos hemos de proteger. Por ello la Declaración Universal
de los Derechos Humanos dice que "Todo individuo tiene derecho a la vida" (art.
3), y la Carta de los Derechos de la Familia de la Santa Sede (1983) confirma
que la "vida humana debe ser respetada y protegida absolutamente desde el
momento de la concepción" (art. 4). Por tanto los "niños, tanto antes como
después del nacimiento, tienen derecho a una especial protección y asistencia"
(art. 4, d). Así pues el fruto de la generación humana desde el primer momento
de su existencia exige el respeto incondicionado; es decir ser respetado y
tratado como persona y reconocerle los derechos de persona, principalmente el
derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida.
En la familia, comunidad de
personas, debe reservarse una atención especialísima al niño, desarrollando una
profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso
servicio a sus derechos. Esto vale respecto a todo niño, pero adquiere una
urgencia singular cuando el niño es pequeño y necesita de todo, está enfermo,
delicado o es minusválido.
Todo cuanto se ha dicho de
la dignidad de la persona humana se debe aplicar al niño aún no nacido, porque
no es el nacimiento que le da la dignidad, sino el hecho de ser un individuo de
naturaleza racional, y esto lo es desde el mismo momento de su concepción. Es ya
entonces un ser al que Dios ama por sí mismo. Pero además, en este caso del no
nacido, junto a la misma dignidad se une la mayor fragilidad.
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Cuál es el fundamento de
los derechos del niño? ¿Son derechos adquiridos (que pertenecen al niño por su
condición de tal) o surgen del reconocimiento social?
Respetar los derechos del
niño es cuestión de civilización. ¿Qué agrega la visión cristiana?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
7. Los niños ante la "cultura de la muerte"
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"Entonces Herodes, al ver
que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar
a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según
el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del
profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es
Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen" (Mt
2,16-18).
Reflexión
Atentados a la vida que
nace.
Un género especial de
atentados contra la vida son los relativos a la vida naciente: presentan
caracteres nuevos respecto al pasado y suscitan problemas de gravedad singular,
por el hecho de que tienden a perder, en la conciencia colectiva, el carácter de
"delito" y tienden a asumir paradójicamente el de "derecho", hasta el punto de
pretender un verdadero y propio reconocimiento legal por parte del Estado y la
sucesiva ejecución mediante la intervención gratuita de los mismos agentes
sanitarios. Estos atentados golpean la vida humana en situaciones de máxima
precariedad, cuando está más privada de toda capacidad de defensa. Aun más grave
es el hecho de que tantos de estos delitos se produzcan precisamente dentro y
por obra de la familia, que constitutivamente está llamada a ser el "santuario
de la vida". Estamos frente a una verdadera y auténtica estructura de pecado,
caracterizada en muchos casos como verdadera "cultura de muerte". Se puede
hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles.
Contracepción y
contraceptivos abortivos.
Se afirma con frecuencia que
la anticoncepción, segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz contra
el aborto. Pero los contravalores inherentes a la "mentalidad anticonceptiva"
son tales que hacen más fuerte esta tentación, ante la eventual concepción de
una vida no deseada. De hecho, la cultura abortista está más desarrollada justo
en los ambientes que promueven la anticoncepción. Ciertamente la anticoncepción
y el aborto, desde el punto de vista moral, son males específicamente distintos.
Pero en muchísimos casos están íntimamente relacionados, como los frutos de una
misma planta; tienen las mismas raíces. Así, la vida que puede brotar del
encuentro sexual se convierte en el enemigo que hay que evitar absolutamente a
través de la anticoncepción y si es necesario con el aborto.
La estrecha conexión que,
como mentalidad, existe entre la práctica de la anticoncepción y la del aborto
se manifiesta cada vez más en la preparación de productos químicos, dispositivos
intrauterinos y "vacunas" que, distribuidos con la misma facilidad que los
anticonceptivos, actúan en realidad como abortivos en las primerísimas fases de
desarrollo de la vida del nuevo ser humano.
La procreación artificial.
Las diversas técnicas de
"procreación artificial" o "fecundación artificial" dan pie a nuevos atentados
contra la vida. Más allá del hecho de que son moralmente inaceptables, desde el
momento en que separan la procreación del contexto unitivo propio del acto
conyugal, estas técnicas registran un alto porcentaje de "fracaso".
Además, se producen con
frecuencia embriones en número superior al necesario para su implantación en el
seno de la mujer, y estos así llamados "embriones supernumerarios" son
posteriormente suprimidos o utilizados para investigaciones. Con estos
procedimientos la vida y la muerte quedan sometidas a la decisión del hombre,
que de este modo termina por constituirse en dador de la vida y de la muerte por
encargo.
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Por qué son atentados a la
vida naciente el aborto quirúrgico, los contraceptivos abortivos, la fecundación
artificial? ¿Qué tienen en común con la contracepción y la esterilización?
¿Cuáles son las
características de la "cultura de la vida"?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
8. La gravedad del crimen del aborto
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"¡Dilúyanse como aguas que
se pasan, púdranse como hierba que se pisa, como limaco que marcha
deshaciéndose, como aborto de mujer que no contempla el sol! ¡Antes que espinas
echen, como la zarza, verde o quemada, los arrebate el torbellino!" (Sal
58,8-10)
Reflexión
Delito ignominioso.
Entre todos los delitos que
el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta
características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio
Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como "crimen nefando". Hoy,
sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente
en la conciencia de muchos. La aceptación del aborto en la mentalidad, en las
costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del
sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal,
incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida. Ante una
situación tan grave, se requiere el valor de mirar de frente a la verdad y de
llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la
tentación de autoengaño.
La gravedad moral del aborto
procurado se manifiesta en toda su verdad si se percibe que se trata de un
homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que
lo cualifican. Quien es eliminado es un ser humano que comienza a vivir, es
decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser
considerado un agresor, y menos aún un injusto agresor!
"Interrupción del embarazo".
Resuena categórico el
reproche del Profeta: "¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal!; que dan
oscuridad por luz, y luz por oscuridad" (Is 5,20). Precisamente en el caso del
aborto se percibe la difusión de una terminología ambigua, como "interrupción
del embarazo", que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su
gravedad en la opinión pública. Quizás este mismo fenómeno lingüístico sea
síntoma del malestar de las conciencias. Pero ninguna terminología puede cambiar
la realidad de las cosas: el aborto procurado, como quiera que se realice, es la
eliminación deliberada y directa de un ser humano en la fase inicial de su
existencia, que va de la concepción al nacimiento.
En muchas ocasiones la
opción del aborto tiene para la madre un carácter dramático y doloroso, en
cuanto que la decisión de deshacerse del fruto de la concepción no se toma por
razones puramente egoístas o de conveniencia, pero ningún motivo aunque sea
grave y dramático, puede justificar la eliminación deliberada de un ser humano
inocente.
El diagnóstico prenatal que
respeta la vida y la integridad del embrión y del feto humano y se orienta hacia
su custodia o hacia su curación es moralmente lícito. Pero se opondrá gravemente
a la ley moral cuando contempla la posibilidad, en dependencia de los
resultados, de provocar un aborto. Por consiguiente, cuantos solicitasen o
interviniesen en tal diagnóstico con la decidida intención de proceder al aborto
en el caso de que se confirmase la existencia de una malformación o anomalía,
cometerían una acción gravemente ilícita.
Responsabilidad de otros.
En la decisión sobre la
muerte del niño aún no nacido, además de la madre, intervienen con frecuencia
otras personas. Ante todo, puede ser culpable el padre del niño, no sólo cuando
induce expresamente a la mujer al aborto, sino cuando la deja sola ante los
problemas del embarazo. Otras veces las presiones provienen de un contexto más
amplio de familiares y amigos. También son responsables los médicos y el
personal sanitario cuando ponen al servicio de la muerte la competencia
adquirida para promover la vida, los legisladores que han promovido leyes que
amparan el aborto y los administradores de las estructuras sanitarias utilizadas
para practicarlos. Una responsabilidad no menos grave afecta a las instituciones
internacionales, fundaciones y asociaciones que luchan sistemáticamente por la
legalización y la difusión del aborto en el mundo.
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Cual es la particular
gravedad del aborto? ¿La parte más responsable de tal decisión es siempre y sólo
de la madre? ¿Cuáles son las otras personas responsables?
¿Cómo podemos ayudar las
mujeres en dificultad ante la espera de un niño? ¿Quién sostiene los centros en
favor de la vida naciente?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
9. Hijos, huérfanos de padres vivos
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"Por eso dejará el hombre a
su padre y su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne"
(Mt 19,5).
Reflexión
Graves daños para los hijos.
El divorcio adquiere también
su carácter inmoral a causa del desorden que introduce en la célula familiar y
en la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el cónyuge, que se ve
abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación de los padres, y a
menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su efecto contagioso, que
hace de él una verdadera plaga social.
Conviene, pues, que la
sociedad humana, y en ella las familias, que a menudo viven en un contexto de
lucha entre la civilización del amor y sus antítesis, busquen su fundamento
estable en una justa visión del hombre y de lo que determina la plena
«realización» de su humanidad. Ciertamente contrario a la civilización del amor
es el llamado «amor libre», tanto o más peligroso porque es presentado
frecuentemente como fruto de un sentimiento «verdadero», mientras de hecho
destruye el amor.
¡Cuántas familias se han
disgregado precisamente por el «amor libre»! En cualquier caso, seguir el
«verdadero» impulso afectivo, en nombre de un amor «libre» de condicionamientos,
en realidad significa hacer al hombre esclavo de aquellos instintos humanos, que
santo Tomás llama «pasiones del alma». El «amor libre» explota las debilidades
humanas dándoles un cierto «marco» de nobleza con la ayuda de la seducción y con
el apoyo de la opinión pública. Se trata así de «tranquilizar» las conciencias,
creando una «coartada moral». Sin embargo, no se toman en consideración todas
sus consecuencias, especialmente cuando, además del cónyuge, sufren los hijos,
privados del padre o de la madre y condenados a ser de hecho huérfanos de padres
vivos.
Enraizada en la donación
personal y total de los cónyuges y exigida por el bien de los hijos, la
indisolubilidad del matrimonio halla su verdad última en el designio que Dios ha
manifestado en su Revelación: Él quiere y da la indisolubilidad del matrimonio
como fruto, signo y exigencia del amor absolutamente fiel que Dios tiene al
hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia.
Una familia para quien
carece de ella.
Las familias cristianas se
abran con disponibilidad a la adopción y acogida de aquellos hijos que están
privados de sus padres o han sido abandonados. Esos niños, encontrando el calor
afectivo de una familia, podrán experimentar la cariñosa y solícita paternidad
de Dios y crecer con serenidad y confianza en la vida.
Los huérfanos y los hijos
privados de la asistencia de sus padres o tutores deben gozar de una protección
especial por parte de la sociedad. En lo referente a la tutela o adopción, el
Estado debe procurar una legislación que facilite a las familias idóneas acoger
a los niños que tengan necesidad de cuidado temporal o permanente y que al mismo
tiempo respete los derechos naturales de los padres.
Los esposos que viven la
experiencia de la esterilidad física, deberán orientarse hacia esta perspectiva,
rica para todos en valor y exigencias. Las familias cristianas, que reconocen a
todos los hombres como hijos del Padre común de los cielos, irán al encuentro de
los hijos de otras familias, sosteniéndoles y amándoles como miembros de la
única familia de los hijos de Dios. Los padres cristianos podrán así ensanchar
su amor más allá de los vínculos de la carne y de la sangre, estrechando los
lazos que se basan en el espíritu y que se desarrollan en el servicio concreto a
los hijos de otras familias, a menudo necesitados incluso de los más necesario.
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Dónde está la raíz del
hecho de que tantos niños sean, a menudo, "huérfanos de padres vivos"? ¿Se
respeta el derecho de los hijos cuando los padres deciden el divorcio?
¿Cuáles son los remedios
para ayudar a los hijos "huérfanos de padres vivos"? La adopción, la
afiliación... y otras. ¿Cuáles?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
10. El derecho de los niños a ser amados, acogidos y
educados en familia
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"Hijos, obedeced a vuestros
padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es
el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: para que seas feliz y se
prolongue tu vida sobre la tierra. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino
formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor" (Ef
6,1-4).
Reflexión
Escuela de humanidad.
La familia es escuela del
más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión, se
requiere un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los
cónyuges y una cuidadosa cooperación como padres. Contribuye mucho la presencia
del padre y es insustituible el cuidado y la atención en el hogar de la madre
especialmente para los hijos menores.
La tarea educativa de la
familia tiene sus raíces en la participación en la obra creadora de Dios. Puesto
que han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la
prole, y por tanto hay que reconocerlos como primeros y principales educadores
de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que
difícilmente puede suplirse. Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de
familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que
favorezcan la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es la
primera escuela de las virtudes sociales y del más rico humanismo, que todas las
sociedades necesitan.
Primeros y principales
educadores.
El derecho-deber educativo
de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la
transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber
educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste
entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente,
no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros. Pero el elemento más
radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y
materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y
perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en
alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa
concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad,
servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto del más precioso
del amor.
Para los padres cristianos
la misión educativa tiene una fuente nueva y específica en el sacramento del
matrimonio que los consagra a la educación propiamente cristiana de los hijos,
es decir los llama a participar de la misma autoridad y amor de Dios Padre y de
Cristo Pastor, así como también del amor materno de la Iglesia para ayudar en el
crecimiento humano y cristiano de los hijos.
Los padres son, pues, los
primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen
incluso una competencia fundamental: son educadores por ser padres. Comparten su
misión educativa con otras personas e instituciones, como la Iglesia y el
Estado. Sin embargo, esto debe hacerse siempre aplicando correctamente el
principio de subsidiariedad. Esto implica la legitimidad e incluso el deber de
una ayuda a los padres. En efecto, los padres no son capaces de satisfacer por
sí solos las exigencias de todo el proceso educativo, especialmente lo que atañe
a la instrucción y al amplio sector de la socialización. Cualquier otro
colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su
consentimiento y, en cierto modo, incluso por encargo suyo.
Valores esenciales.
Los padres deben formar a
los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana.
Deben ayudarles a crecer en una justa libertad ante los bienes materiales,
adoptando un estilo de vida sencillo y austero, convencidos de que el hombre
vale más por lo que es que por lo que tiene. Frente a los diversos
individualismos y egoísmos, deben enriquecerse con el sentido de la verdadera
justicia, el respeto de la dignidad personal de cada uno, y más aun el sentido
del verdadero amor, la solicitud sincera y servicio desinteresado hacia los
demás, especialmente a los más pobres y necesitados.
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Por qué son los padres los
primeros responsables de la educación de los hijos? ¿Qué sentido tiene la
responsabilidad de la escuela, de la Iglesia y del Estado?
¿Cuáles son los valores
centrales en el deber de educadores? ¿Hay diferencia entre enseñar y educar?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
11.Educación sexual del niño: verdad y significado
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"Por lo demás, hermanos,
todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de
honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en
cuenta" (Fil 4,8).
Reflexión
La educación para el amor.
La educación para el amor
como don de sí constituye también para los padres la premisa indispensable para
una educación sexual clara y delicada. El servicio educativo de los padres debe
basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal
superando una cultura que banaliza en gran parte la sexualidad humana, porque la
interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola
únicamente con el cuerpo y el placer egoísta. En efecto, la sexualidad es una
riqueza de toda persona -cuerpo, sentimiento y espíritu- y manifiesta su
significado íntimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor.
Este derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su
dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y
controlados por ellos. La escuela observa la ley de la subsidiaridad, cuando
coopera en la educación sexual, situándose en el espíritu mismo que anima a los
padres.
Es del todo irrenunciable la
educación para la castidad como virtud que desarrolla la auténtica madurez de la
persona y la hace capaz de respetar y promover el significado esponsal del
cuerpo. Más aun, los padres cristianos reserven una atención y cuidado especial
a la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo. Esta
educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar los valores éticos y sus
normas morales como garantía necesaria para un crecimiento personal y
responsable en la sexualidad humana.
Un sistema de información
sexual separado de los principios morales, tan frecuentemente difundido, no es
más que una introducción y estímulo a la experiencia del placer, y abre el
camino al vicio desde los años de la inocencia.
Dificultad del ambiente
cultural.
En nuestra época se
manifiesta una profunda crisis de la verdad y en primer lugar, crisis de
conceptos. Los términos "amor", "libertad", "entrega sincera" e incluso
"persona", "derechos de la persona", ¿significan realmente lo que por su
naturaleza contienen? Solamente si la verdad sobre la libertad y la comunión de
las personas en el matrimonio y en la familia recupera su esplendor, empezará
verdaderamente la edificación de la civilización del amor.
El utilitarismo es una
civilización basada en producir y disfrutar; una civilización de las "cosas" y
no de las "personas". La mujer puede llegar a ser un objeto para el hombre, los
hijos un obstáculo para los padres, la familia una institución que dificulta la
libertad de sus miembros. Para convencerse de ello, basta examinar ciertos
programas de educación sexual, introducidos en las escuelas, a menudo contra el
parecer y las protestas de muchos padres; o bien las corrientes abortistas, que
en vano tratan de esconderse detrás del llamado "derecho de elección" (pro
choice). El llamado "sexo seguro", propagado por la civilización técnica, es en
realidad, bajo el aspecto de las exigencias globales de la persona, radicalmente
no-seguro, e incluso gravemente peligroso.
La verdad, sólo la verdad,
prepara para un amor "hermoso". Un amor reducido sólo a satisfacción de la
concupiscencia (cfr. 1Jn 2,16) o a un recíproco uso del hombre y de la mujer,
hace a las personas esclavas de sus debilidades. Ciertos "programas culturales"
modernos favorecen esta esclavitud; "juegan" con las debilidades del hombre,
haciéndolo más débil e indefenso.
Preparar para la relación
con los otros.
No hay que descuidar, en el
contexto de la educación, la cuestión esencial del discernimiento de la vocación
y, en éste, la preparación para la vida matrimonial, en particular. En efecto,
no hay que olvidar que la preparación para la futura vida de pareja es cometido
sobre todo de la familia. Ciertamente la preparación remota comienza desde la
infancia, en la juiciosa pedagogía familiar, orientada a conducir a los niños a
descubrirse a sí mismos como seres dotados de una rica y compleja sicología y de
una personalidad particular con sus fuerzas y debilidades. Es el periodo en que
se imbuye la estima por todo auténtico valor humano, tanto en las relaciones
interpersonales como en las sociales, con todo lo que significa para la
formación del carácter, para el dominio y recto uso de las propias
inclinaciones, para el modo de considerar y encontrar a las personas del otro
sexo.
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Por qué es primordial la
educación sexual de los hijos? ¿Cuáles son los valores unidos a la sexualidad?
¿Por qué es necesario estar
presentes en las escuelas de los propios hijos y controlar los cursos o
reuniones sobre educación sexual? ¿Cómo ayudar a los hijos, desde pequeños, para
su futura posible vocación conyugal?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
12. El derecho de los hijos a ser educados en la fe
Canto inicial
Oración del Padre Nuestro
Lectura de la Biblia
"Así que cumplieron todas
las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios
estaba sobre él" (Lc 2,39-40).
Reflexión
Gratuidad y educación en la
fe.
El santo Bautismo es el
fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu
(«vitae spiritualis ianua») y la puerta que abre el acceso a los otros
sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos
de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y
hechos partícipes de su misión. La pura gratuidad de la gracia de la salvación
se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y
los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no
le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento. Los padres
cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de
alimentar la vida que Dios les ha confiado.
Los padres a través de la
educación cristiana ayudan a que los propios hijos se hagan más conscientes cada
día del don recibido de la fe, mientras se inician gradualmente en el
conocimiento del misterio de la salvación, se forman para vivir según el hombre
nuevo en justicia y santidad de verdad y contribuyen al crecimiento del Cuerpo
místico. La misión de la educación exige que los padres cristianos propongan a
los hijos todos los contenidos que son necesarios para la maduración gradual de
su personalidad desde un punto de vista cristiano y eclesial. La misión
educativa comporta que la familia transmita e irradie el Evangelio, hasta el
punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto
modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo. En la familia
todos los miembros evangelizan y son evangelizados.
Evangelización en la
familia.
En virtud del ministerio de
la educación los padres, mediante el testimonio de su vida, son los primeros
mensajeros del Evangelio ante los hijos. Es más, rezando con los hijos,
dedicándose con ellos a la lectura de la Palabra de Dios e introduciéndolos en
la intimidad del Cuerpo de Cristo mediante la iniciación cristiana, llegan a ser
más plenamente padres. Por tanto uno de los campos en los que la familia es
insustituible es ciertamente el de la educación religiosa, gracias a la cual la
familia crece como "iglesia doméstica". La educación religiosa y la catequesis
de los hijos sitúan a la familia en el ámbito de la Iglesia como un verdadero
sujeto de evangelización y de apostolado. Se trata de un derecho relacionado
íntimamente con el principio de la libertad religiosa.
Ayuda de otras
instituciones.
Las familias, y más
concretamente los padres, tienen la libre facultad de escoger para sus hijos un
determinado modelo de educación religiosa y moral, de acuerdo con las propias
convicciones. Pero incluso cuando confían estos cometidos a instituciones
eclesiásticas o a escuelas dirigidas por personal religioso, es necesario que su
presencia educativa siga siendo constante y activa.
A fin de que los padres
cristianos puedan cumplir dignamente su ministerio educativo, el Estado y la
Iglesia tienen la obligación de dar a las familias todas las ayudas posibles, a
fin de que puedan ejercer adecuadamente sus funciones educativas. Se subraya la
exigencia de una particular solidaridad entre las familias, que puede expresarse
mediante diversas formas organizativas como las asociaciones de familias para
las familias. Es importante que las familias traten de construir entre ellas
lazos de solidaridad. Esto, sobre todo, les permite prestarse mutuamente un
servicio educativo común: los padres son educados por medio de otros padres, los
hijos por medio de otros hijos. Se crea así una peculiar tradición educativa,
que encuentra su fuerza en el carácter de la familia "iglesia doméstica".
Reflexiones del sacerdote o
del animador
Diálogo
¿Cómo transmitir a los
hijos, desde los primeros años, la formación cristiana, coherente con el don del
bautismo?
Además de los actos de
piedad en familia, ¿cómo iniciar a los hijos para que participen en otras
actividades de fe: parroquias, grupos, iniciativas varias?
Compromisos
Ave María, Reina de la
Familia, ruega por nosotros
Oración de la Evangelium
Vitae
Canto Final
ORACION DE LA EVAGELIUM VITAE
Oh María,
aurora del
mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la
indiferencia
o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu
Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de
acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo
con
solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres de buena
voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y
gloria de Dios Creador
y amante de la vida.